lunes, 14 de diciembre de 2009

Vainilla con Cookies

No tiene sentido continuar viviendo así, piensas mientras caminas desde tu casa al trabajo sin haber despertado aún. Caminas como cada día hacia tu puesto cual hormiga obrera sin cuestionarte por qué o por quién, con la monotonía característica del autómata que forma parte de la gran maquinaria. Hoy te encuentras especialmente cansado, el día se presenta en un tono extremadamente gris, rozando incluso el negro; gris como tu traje, negro como tu alma. El viento rasga tus ojos, los araña con fuerza, alborota tanto tu pelo como tus pensamientos. Tus zapatos, manchados de barro, representan con fidelidad tu sucia mota de pecado. Las nubes inundan el cielo, se esconden tras los rascacielos, parece que se acerca el gran diluvio y el frío se cuela por todas y cada una de las rendijas de tu cáscara. El culmen de tus desdichas se materializa en forma de traspiés accidentado, tras tropezar torpemente con una piedra en tu camino, otra más, tu maletín cae, se abre y se desparraman todos y cada uno de tus documentos de incalculable valor, más importantes incluso que tu propia vida al completo.

Estoy harto de esta vida, ya no puedo más, odio el día en que elegí este camino. Maldices con una fuerza que te sale de dentro, de lo más profundo de tu ser, no habla tu boca sino tu corazón, aquel que algún día tomó las decisiones en lugar de tu perforado cerebro.

Creo que no deberías hablar así de tu vida, al fin y al cabo es lo único que tienes.

Te dice una voz que proviene de un escalón cercano. Vuelves la mirada y ves a un niño sentado con las piernas abiertas y recostado hacia atrás en una posición cómoda mientras disfruta de un enorme helado, se le ve totalmente relajado, entregado en su única tarea: estimular su paladar y deleitarse con su sabor.

¿Perdón? ¿Me has oído? Dices totalmente extrañado.

Sí, tal vez pensaste en voz alta. Contesta el pequeño con voz socarrona.

Una vez recogidos tus documentos te despides e intentas continuar tu marcha cuando de repente la misma voz te dice:

Oye, te olvidas de esto.

Ah, hasta otra y gracias.

Oye, ¿por qué llevas un pisapapeles en forma de dinosaurio si los dinosaurios no existen?

Bueno, no sé realmente, es un recuerdo de cuando era niño.

¿Tú también fuiste niño? No lo parece.

Te quedas totalmente sorprendido, extrañado. Tal vez tenga razón, te han robado tus recuerdos, estás desarraigado, no puedes imaginarte cómo eras, cambiaste tu imaginación por un maletín de cuero y tu parte infantil por un traje a medida. Esas palabras se han clavado en tu mente como estacas virulentas, incluso te sientes mareado, asfixiado. Decides sentarte a su lado.

¿Puedo probar tu helado?

Por supuesto, toma.

¡Oh, es de vainilla con cookies! Era mi favorito…

Estás sentado junto a él. Estás ensuciando tu pantalón pero no te importa. La reminiscencia de sabores activa tus circuitos neuronales oxidados. Te sientes bien, esta situación te reconforta. El sol se cuela entre los rascacielos para ofrecerte un cálido abrazo. Está amaneciendo en tu corazón. Pero de nuevo una voz vuelve a despertarte del ensimismamiento.

Oye, ¿no tenías que irte a trabajar?

Sí, tenía, pero de hecho creo que voy a tomarme unas vacaciones.

Tres mil doscientos carácteres.